martes, 1 de marzo de 2011

La izquierda en México: problemas y perspectivas

Gilberto López y Rivas

¿Izquierda o izquierdas?

La promoción de debates, reflexiones o simplemente el intercambio de opiniones acerca de la izquierda en México es imprescindible para lograr la transición democrática que el país requiere. Tres años transcurridos del gobierno de Vicente Fox demuestran que la alternancia en la presidencia de la república no significa un verdadero cambio de régimen y mucho menos una transición a la democracia, por lo que esta tarea urgente sigue siendo uno de los objetivos históricos de la izquierda mexicana. Por ello, es necesario precisar algunas ideas que contribuyan a ese propósito.

La izquierda, como fenómeno político, ideológico y social, no es homogénea ni monolítica; por lo tanto, ¿podemos identificar una izquierda o es más justo referirse a las izquierdas?

Existe un conjunto de principios políticos e ideológicos básicos que definen a las izquierdas y una gran diversidad de enfoques teóricos y prácticas políticas que las distinguen. No es nuestro objetivo hacer un inventario, pero, actualmente, en México se identifican cuatro corrientes o expresiones izquierdistas.

Una izquierda organizada en partidos, que privilegia la acción electoral, que forma parte del sistema político y que actúa dentro del marco institucional. Esta izquierda, en el caso del PRD, está conformada por la confluencia de una vertiente socialista; otra, que podríamos definir como su venero social (urbano, popular, campesino) y una tercera proveniente de desprendimientos de grupos o personalidades del PRI. Se ubican aquí otras expresiones partidarias, como el Partido del Trabajo y agrupaciones que buscan su registro legal para ingresar a la institucionalidad establecida.
La izquierda que se ha aglutinado y organizado alrededor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la cual ha colocado en el centro de la escena nacional la ancestral problemática indígena, unida a otras reivindicaciones de corte democrático, nacional y popular. Este movimiento conmocionó al sistema político mexicano, sin formar parte del mismo, y simultáneamente sensibilizó y generó una reacción solidaria en la sociedad civil, que evitó la continuación de la guerra en enero de 1994.

Una izquierda marxista ortodoxa que propugna la lucha armada como vía para conquistar el poder político, aunque no la practica de manera sistemática. Se trata de un movimiento con múltiples ramificaciones, un cierto apoyo social en sectores regionales, y que se circunscribe a algunas áreas geográficas del país. Aunque se mencionan más de una docena de grupos armados, destacan entre ellos el Ejército Popular Revolucionario (EPR) y un desprendimiento del mismo, el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI).
· Una izquierda de tipo social, inorgánica y diversa, pero con mucha presencia en la sociedad civil y en la intelectualidad. Tiene también múltiples expresiones, a veces en torno a movimientos reivindicativos puntuales, y otras de más permanencia a través de organismos no gubernamentales vinculados a la promoción y defensa de los derechos humanos, los temas ecológicos, de género, entre otros.

Problemas de la izquierda partidista

En el análisis ya puntual de la izquierda agrupada en partidos, identifico al menos cinco problemas que tendrían que ser asumidos como tales por sus militancias para una participación activa en el proceso de la transición democrática.

1.- Vínculos muy débiles con los movimientos políticos y sociales. Un breve recuento de acontecimientos que de alguna u otra forma tuvieron una repercusión política importante en la vida del país, da cuenta de la falta de vinculación con los mismos de los partidos políticos de izquierda, sensiblemente el Partido de la Revolución Democrática. La poca presencia e influencia de la izquierda partidista en el movimiento sindical mexicano refiere a esta situación. Un ejemplo más lo da el proceso que se vivió con el intento de construir el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco. Durante ese proceso, el PRD no tuvo una actuación, no digamos relevante, sino mínima.[3] Sin mencionar la indiferente y contradictoria actuación de los partidos que se reivindican de izquierda en la conformación de los sujetos autonómicos indios y en las reformas en materia indígena.[4] La izquierda partidista mexicana no ha tenido una presencia destacada, ya no digamos en la organización y elaboración de planes y programas alternativos, sino en la mera discusión de asuntos tan relevantes en la vida democrática del país como son la reforma y reestructuración de las fuerzas armadas,[5] la producción, distribución y uso de drogas; la consolidación de una cultura de tolerancia y reconocimiento de derechos específicos de discapacitados, gay y lesbianas; la solución a problemas de salud pública que conllevan una fuerte carga social, ética y política, como en el caso del sida. Lo anterior sólo para mencionar algunos ejemplos que considero de suma importancia. De ninguna manera implica que miembros de la izquierda partidista mexicana no actúen durante los conflictos o movilizaciones, pero lo hacen sin un programa organizativo que el partido defina programáticamente.

2.- División interna que más que enriquecer a la izquierda por su diversidad, la empobrece por su disfuncionalidad. Hoy en día difícilmente podríamos tener un mínimo inventario de las fuerzas sociales de la izquierda nacional. Las viejas (y muchas veces mezquinas) disputas y “purgas” en el interior de las organizaciones de la izquierda nacional, la cooptación de algunas de sus fracciones e individuos por los grupos de poder económico y político, las traiciones a los idearios izquierdistas y libertarios emanados del siglo XX, el surgimiento de nuevas demandas políticas y sociales con sus consecuentes y originales formas de lucha, la llegada al poder político en estados, municipios y espacios legislativos de sectores de izquierda y la propia redefinición del sistema de dominio mundial, son algunos elementos que han hecho de la izquierda un ente vasto, multiforme y algunas veces con rumbos y acciones opuestos a los objetivos de transformación social.

En México no existe un frente amplio que organice la vida política y social de los numerosos grupos y organizaciones de izquierda. Sólo, y eso es riesgoso admitirlo, ciertas coyunturas han podido dar coherencia política elemental a todo ese variado conglomerado político, más como respuestas o resistencias hacia acciones del poder que como objetivos programáticos o estratégicos. Las desavenencias entre el PRD y el EZLN, por no mencionar las abiertas y claras separaciones entre el primero y una larga lista de organizaciones sociales y las que han optado por la vía armada y clandestina nos ejemplifican muy bien qué tan lejos se esta de la conformación de un amplio frente político y social que contrarreste la hegemonía neoliberal.

3.- La llegada al poder de algunos sectores de la izquierda partidista la han circunscrito a una política electoral antes que a una social y democrática. La llegada a los cargos de elección popular por parte de algunos sectores de la izquierda partidista la ha sesgado hacia una política que ha privilegiado lo electoral en sus matices mediáticos, populistas y superficiales, relegando los objetivos históricos de la izquierda nacional. El cuidado de la imagen pública de quienes han llegado a ocupar cargos públicos ha sido el parámetro de muchas de las políticas ejercidas desde el gobierno. Y no sólo eso, sino que con meros afanes electorales, los partidos de izquierda han buscado en los sectores y partidos de la derecha los personajes que les permitan triunfos en los distritos en pugna. El caso del PRD es muy ilustrativo: tres de sus actuales gobernadores surgieron de rupturas con el PRI ocurridas precisamente durante los procesos electorales que los llevaron al gobierno. Aquí no se trata de plantear purismos, sino de preguntarse sobre el comportamiento de una izquierda que “necesitada” de votos, abre sus espacios sin requerimiento alguno, sin programa y siempre en los linderos de la carencia de ética y escrúpulos.

4.- Desconexión con las fuerzas de la izquierda internacional. Salvo el EZLN, ninguna otra organización de las izquierdas nacionales ha tenido la capacidad de establecer vínculos orgánicos y solidarios con fuerzas de la izquierda internacional. No hay un programa sólido y comprometido de las organizaciones partidistas con sus contrapartes internacionales. Existen algunos acuerdos coyunturales y encuentros casuales entre integrantes de las múltiples organizaciones con la izquierda internacional, como lo han sido, por poner un ejemplo, los encuentros de Porto Alegre. Pero de ahí a que se tenga una plataforma internacionalista por parte de la izquierda mexicana, existe un gran trecho que difícilmente se puede cubrir.

5. Un notable eclecticismo teórico que dificulta la ejecución programática de la izquierda. El marxismo se consolidó como la teoría de la izquierda internacional durante una buena parte del siglo XX. Las luchas contemporáneas le deben al marxismo muchas de las ideas y de los ejes ideológicos que les dan vida. Sin embargo, con la caída del bloque socialista europeo y el consecuente desprestigio propagandístico que se le infringió al marxismo, se ha tendido a arrojar por la borda sus planteamientos metodológicos y sus nociones básicas que continúan teniendo, pese a todo, vigencia y utilidad en el mundo contemporáneo.

Las izquierdas y la formación de la nación-pueblo.

En la actualidad, el capitalismo mantiene un sistema de explotación que en lo esencial no ha cambiado desde que el viejo Marx abordó su estudio y crítica. Las sociedades contemporáneas siguen inmersas en un proceso en el cual existen clases explotadoras y detentadoras de los medios de producción y clases explotadas y desposeídas de los mismos. Las formas y configuraciones que se establecen para que este sistema siga funcionando son variadas en tiempo y espacio, pero la formulación marxista del trabajo y su apropiación sigue teniendo una formidable actualidad. No obstante, la explicación marxista clásica no da cuenta de las complejas contradicciones que en nuestros países se suscitan y que no pasan forzosamente por el tamiz exclusivo de las relaciones económicas.

En el desarrollo actual de los Estados nacionales existe la necesidad de forjar lo que sería la alternativa para, si no eliminar, sí atenuar los devastadores efectos del capitalismo neoliberal y crear las condiciones del establecimiento de un socialismo libertario y democrático: la creación y consolidación de la nación-pueblo. La construcción de una nación-pueblo es, por lo tanto, una necesidad insoslayable de las izquierdas mexicanas y latinoamericanas en general, a partir de una reformulación de la llamada cuestión nacional.[6]

El Estado nacional cohesiona e integra formalmente a todas las clases de la sociedad, intentando diluir los conflictos interclasistas que en el interior de las naciones se desarrollan. El elemento fundamental para entender esta situación lo otorga el concepto de bloque histórico, el cual pretende superar la separación analítica entre base y superestructura para llegar a la comprensión de ambas categorías del Estado moderno como unidad contradictoria y dinámica.

En el Estado nacional contemporáneo, los conflictos económicos, sociales y culturales se pretenden resolver a través de mecanismos democráticos formales que de ninguna manera han podido superar las contradicciones elementales del sistema capitalista. De hecho, para muchas izquierdas, las disputas formales (llamémoslas electorales) han moderado, en el mejor de los casos, las reivindicaciones históricas de justicia, equidad y democracia social, cuando no han sido olímpicamente ignoradas en aras de un pragmatismo basado sólo en la alternancia en el gobierno.

El problema es que la visión clásica del marxismo no pudo establecer que durante el proceso de formación del Estado nacional (que dicho sea de paso es permanente y no tiene un plazo fatal), no sólo se expresan y desarrollan conflictos entre las clases antagónicas en la estructura económica, sino que en su interior existen y se confrontan visiones de otras clases, fracciones de clase o sectores socio étnicos. Es más, la hegemonía en el interior de un Estado nacional se disputa no sólo entre las clases dominantes y las subalternas, sino que en las propias clases existen diferentes proyectos nacionales que se han dirimido en el terreno electoral y también a través de la violencia revolucionaria y su contraparte represiva.

Así pues, las limitaciones para la democratización e integración internas de la nación no pueden ser superadas en los marcos del capitalismo. La realización de la unidad nacional tarde o temprano se estrella contra la realidad de la dominación y de la explotación de clases. Ante estos obstáculos, el desarrollo nacional sólo puede ser consumado por un movimiento de base, popular, democrático y anticapitalista. En buena medida, los partidos políticos de izquierda en México han buscado la formación de un movimiento con estas características. El EZLN también ha participado sustancialmente en crear las condiciones para la construcción de la nación-pueblo.

La nación-pueblo, por lo tanto, expresaría el desplazamiento político de la hegemonía nacional capitalista (actualmente ejercida por su fracción financiera) hacia una caracterizada por el consenso y la voluntad nacional-populares, elementos centrales de un concepto de democracia sin sesgos de dominación.

Las izquierdas mexicanas contemporáneas deben tener en cuenta que son herederas de múltiples procesos y determinaciones históricas que hunden sus raíces no sólo en las corrientes socialistas y comunistas occidentales. Su formación y configuración asumen elementos agrarios, sustanciales a la nación mexicana, que se expresaron sensiblemente antes, durante y después de la Revolución. El zapatismo y el cardenismo son dos corrientes del pensamiento nacional-popular que en nuestro país han dejado sus huellas en las izquierdas contemporáneas con la misma fuerza que lo ha hecho el marxismo.

No obstante, la articulación entre los movimientos obrero y agrario, que dieran vida a un bloque social revolucionario y permitieran acoplar el socialismo a las raíces más profundas de la nación mexicana, no fue planteada por las organizaciones e intelectuales de las izquierdas mexicanas.

Dicho de otra forma, la izquierda marxista ortodoxa se alejó de la formación de este bloque histórico, se hizo periférica, y permitió el paso a las organizaciones y partidos populistas en la conformación del Estado-nacional mexicano. El PNR y después el PRI lograron corporativizar la lucha obrera y agraria en múltiples organizaciones que quedaron supeditadas al ejercicio hegemónico en un inicio, y luego básicamente al control clientelar de la burguesía nacional a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.

No fue sino hasta finales del siglo pasado que los pueblos indígenas (fundamento de la lucha agraria nacional), lograron integrarse al proceso de constitución democrática de la nación-pueblo. Sólo a partir del levantamiento zapatista fue posible, en parte, que las izquierdas mexicanas reconceptualizaran y reconfiguraran su discurso y su praxis políticos, de tal suerte que la antigua y compleja cosmovisión indígena y agraria mexicana no sólo aportaron elementos de discusión, sino que ha esbozado muchos de los problemas importantes en la agenda de la construcción de lo nacional-popular.

El nuevo zapatismo ha sido capaz de convocar y articular un movimiento social y político amplio que ha puesto en cuestionamiento la hegemonía nacional burguesa. Por otro lado, las izquierdas institucionalizadas o partidistas, y en buena medida la izquierda armada, no han podido evadir la discusión que el zapatismo ha planteado, aunque lamentablemente no han profundizado en la misma e, incluso, padecen de un autismo político en ese, y en muchos otros de los grandes problemas nacionales.

En la consolidación de una nación mexicana democrática y popular, las diferentes izquierdas deben reconciliar sus puntos de vista y no excluir los veneros históricos y sociales que les han dado vida. Socialismo, juarismo, magonismo, zapatismo, cardenismo, son algunas de las corrientes de pensamiento y praxis políticas que se han conjugado en la conformación de las actuales izquierdas mexicanas. Para la constitución democrática de la nación-pueblo es necesario incorporar y volver protagónicas a las etnias y a todos aquellos grupos sociales históricamente marginados y excluidos.

Los sistemas electorales han sido considerados por la propia teoría liberal como los mecanismos a través de los cuales se pueden dirimir toda clase de conflictos económicos, sociales, políticos y culturales. En este sentido, la teoría marxista clásica afirma que las sociedades capitalistas tienen una dicotómica formación: por un lado, una realidad conflictiva y contradictoria resultado de la explotación de clase y, por otro, una ilusoria equidad y armonía resultado del aparato ideológico que pretende equiparar jurídica y culturalmente a todos los individuos.

Esta dicotomía no logra explicar los procesos históricos que han forjado los estados nacionales latinoamericanos y, por lo tanto, no logra dar cuenta de la formación de naciones-pueblo democráticas. El caso de México es ilustrativo. En nuestro país, la contradicción clasista del sistema capitalista ha estado moldeada por otras muchas contradicciones que resultan de un devenir histórico particular. A pesar del genocidio y del brutal proceso de conquista efectuado por los españoles a lo largo de tres siglos, muchos de los pueblos indios de nuestro país lograron sobrevivir, sufriendo profundas transformaciones en sus características étnicas y en sus propias identidades. La dominación y la explotación colonial no pueden ser entendidas única y exclusivamente desde la perspectiva economicista que el marxismo clásico plantea. Elementos como el racismo y el sexismo patriarcal juegan papeles muy importantes en la consolidación del estado colonial novo hispano. El sometimiento militar y político vino de la mano del religioso y el cultural; los valores occidentales se sobrepusieron a los valores y a la cosmovisión indígena, pero nunca pudieron eliminarlos. A lo largo de la vida independiente, las etnias indígenas no han recibido el reconocimiento pleno de sus derechos y los conflictos que surgen de esta condición no se han dirimido a través de las políticas liberales ortodoxas. Tampoco estos conflictos han surgido exclusivamente de la contradicción económica capitalista.

Otras contradicciones circunscritas a desarrollos históricos diferentes también han forjado sujetos que actualmente representan actores políticos en las múltiples izquierdas que han buscado resolver sus conflictos dentro y fuera del aparato liberal clásico. Tenemos el caso de las mujeres. Las sociedades patriarcales o machistas han ejercido un dominio de género masculino, cuyas expresiones de dominación económicas, políticas, sociales y culturales son tan condenables como aquellas que la burguesía aplica sobre los trabajadores y, sin lugar a dudas, mucho más antiguas que las emanadas en el sistema capitalista.

En este mismo sentido, los niños, los viejos, los gays y lesbianas, o los inmigrantes indocumentados, entre otros sectores, han llevado a cabo luchas que permitan ejercitar derechos jurídicos y sociales que reconozcan diferencias y formas específicas de explotación, opresión o discriminación.

Resumiendo, identifico a la nación-pueblo como la formación social, cultural y política capaz de resolver muchos de los conflictos derivados del desarrollo histórico nacional. El liberalismo clásico plantea que tanto los individuos como las naciones son abstractamente iguales en derechos, no sólo desentendiéndose, sino que exacerbando las contradicciones propias del sistema capitalista. El marxismo clásico, por su lado, da cuenta de lo anterior, pero soslaya muchas otras contradicciones históricas que se desarrollan en el interior de los estados nacionales. Las izquierdas modernas, por lo tanto, deben tener la capacidad de articular todos estos (y seguramente muchos más) elementos que están en juego para acceder a una nación en la que los principios democráticos de igualdad, equidad y justicia social tengan cabida.

Sobre las experiencias internacionales.

Ahora bien, las experiencias internacionales también deben ser tomadas en cuenta por las nuevas corrientes y movimientos de la izquierda nacional para la construcción de la nación pueblo y la efectiva transición democrática. Desde fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX, el socialismo supuso la liquidación del capitalismo y la implantación de un nuevo modo de producción en un proceso inédito.

El lema de la sociedad socialista planteaba “de cada quien según su capacidad, a cada quién según su trabajo”. El socialismo buscaría eliminar la explotación de clase, erradicar el capitalismo, socializar los medios de producción y desarrollar nuevas relaciones sociales. A pesar de que en los países en los que el socialismo realmente existente se desarrolló se pudieron eliminar fenómenos intrínsecos al capitalismo como la desocupación, el analfabetismo y se resolvieron problemas de vivienda, salud y educación, éste se colapsó estrepitosamente a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, con la excepción de algunos países asiáticos y Cuba.

En el fracaso del modelo incidieron muchos factores, pero seguramente los de mayor relevancia fueron: la hipertrofia de los partidos comunistas, su divorcio y separación de la sociedad; el burocratismo y la falta de espacios para la participación democrática de las masas, la clausura, en la práctica, de libertades y ejercicios democráticos considerados como “burgueses”, además de la enorme carga social, económica y política que significó la guerra fría y la carrera armamentista, y su consecuente gasto militar. En definitiva, el incumplimiento de premisas teóricas libertarias, la poca sensibilidad que los estados socialistas tuvieron para resolver las contradicciones nacionales, étnicas, de género, de edad, ecológicas, etcétera, fueron factores determinantes en el colapso socialista.

Si bien este modelo socialista fracasó, el socialismo como futuro de la humanidad no está invalidado. El socialismo tiene vigencia, pero depende de las izquierdas redefinir, en las nuevas circunstancias históricas, la teoría y la práctica del socialismo, pero conciente de que junto a la experiencia negativa, existe una de carácter positivo, que tarde o temprano emergerá. El ejemplo cubano está ahí: bajo las circunstancias extremadamente adversas por las que actualmente atraviesa, su propuesta socialista sigue en pie, con avances en todos los órdenes, pero particularmente en el campo de la salud, la cultura, la ciencia, la educación, el deporte y el desarrollo de la conciencia colectiva.

Dos elementos que deben estructurar e impulsar las izquierdas, como alternativa al capitalismo neoliberal, son el igualitarismo y la equidad, reconociendo la diversidad en el interior de las clases y de la sociedad en su conjunto. Proponer una plataforma de lucha por la equidad supone enfrentar la falsa homogenización lograda por el estado nacional capitalista, que construyó identidades condicionadas a sus necesidades de dominación.

Para el capitalismo y los partidos de derecha, la democracia se limita a lo formal, a los aspectos electorales y al juego de los partidos políticos dentro del sistema. La historia de América Latina está llena de ejemplos que muestran que la democracia es instrumental para las clases dominantes, funcional a sus intereses. La legalidad democrática es aniquilada por las clases dominantes cuando a través de ella la izquierda logra triunfar o cuestionar su dominio. El ejemplo de Chile es contundente. Probablemente hoy resulte más difícil al imperialismo y a las clases dominantes quebrar el orden institucional del Brasil con Lula en la presidencia. Pero seguramente utilizarán los mismos métodos de hostigamiento y complot, de ataque mediático y conspiración que hoy aplican para desestabilizar y derribar el gobierno constitucional de Hugo Chávez en Venezuela.

Transitar hacia un país y una sociedad de leyes es hoy un importante desafío. En México y América Latina un gran torrente popular enfrentó a los regímenes autoritarios o dictatoriales que a lo largo de las tres últimas décadas se enseñorearon en la arena política con toda su cauda de guerras sucias, proscripciones, encarcelamientos y muerte.

La lucha por la democracia tuvo prioridad en las agendas de recuperación o inauguración institucional que llevó adelante un amplio movimiento que tuvo en la izquierda la fuerza principal. En plenos procesos de apertura democrática, no fueron pocas las izquierdas de varios países de América Latina que se opusieron a los esquemas de "democracias de baja Intensidad" o "democracias tuteladas" y lucharon porque se restituyeran, en sus sociedades, sistemas de plenas libertades.

La lucha por el Estado de Derecho, por el respeto pleno a las garantías individuales, por las libertades civiles, buscando que las constituciones políticas no fueran letra muerta ha sido constante en nuestras sociedades. En México, la lucha por la legalidad encontró su cenit en 1988, cuando la izquierda abanderó en las calles el no agotado principio del sufragio efectivo.

Años después, la guerrilla zapatista declaró la guerra al gobierno mexicano porque éste, el de Salinas de Gortari, era la plena representación de un cúmulo de ilegalidades. Era un gobierno espurio surgido de un fraude de proporciones gigantescas, que con base en una ilegalidad pactada con el PAN había podido consolidarse.

Su pretensión era borrar a las comunidades indígenas y agrarias nacionales, a través de la "modernización" capitalista del campo. Ante estos embates neoliberales, el EZLN apeló a un ancestral derecho de los pueblos: rebelarse contra la tiranía. Y muy pronto este hecho bélico se transformó un acontecer social que obligó al salinato a sentarse a la mesa de negociaciones. La legitimidad del movimiento zapatista de 1994 estaba arraigada en una de las demandas más sentidas del pueblo mexicano y que la elite neoliberal quería borrar de un plumazo: que la tierra sea de quien la trabaja.

El movimiento no limitó su accionar a la mera cuestión agraria. Demandas de respeto a sus derechos culturales y autonómicos se han establecido y han operado de manera propositiva durante los últimos diez años.

Hoy que se ha avanzado en forma sustantiva en la instauración de un Estado de derecho, sectores desfavorecidos de la población por el actual modelo de acumulación capitalista, el neoliberal, y las clases dominantes ejercen sobre la legalidad un efecto parecido a una pinza. Ésta se ve socavada, entonces, por arriba y por abajo.

Hay por parte de ciertos sectores de la intelectualidad alineados al salinismo la idea de una suerte de fatalismo cultural. Dicen en sendas publicaciones: En México la ley no se cumple sino se negocia. Así ha sido históricamente, así será en el futuro. Desde luego que el pueblo mexicano, a través de históricas batallas, no sólo ha luchado por el cumplimiento de las leyes sino que ha hecho de su propia lucha una fuente de derecho.

Sin embargo, ciertas rémoras de una cultura política patriarcal, corporativa y clientelar se apoderan en ocasiones de los movimientos populares y de sus líderes. Con tal de ascender en la escala de las demandas populares resueltas, no les importa sacrificar los derechos de terceros.

Su percepción de la autoridad electa es de índole faccioso, y olvidan que los gobernantes son de toda la sociedad y no del partido o los grupos que los postulan. Cierran su círculo de actividades a las de carácter electoral desentendiéndose de toda actividad que implique desarrollo social y sustentable de largo plazo. Incluso llegan a lucrar con la necesidad de la gente, sobre todo en aspectos que tienen que ver con el mercado de tierras.

Hoy la izquierda tiene ante sí todo un caudal de demandas éticas. No se puede arribar a un orden civilizatorio superior, como es el socialista, sin desarrollar al máximo el sistema de libertades democráticas imperantes. De ahí la necesidad de luchar por el Estado de Derecho.-
Y esta lucha no sólo se debe centrar en ser autocríticos y críticos con nuestros propios compañeros. Se trata de denunciar en todas las tribunas posibles la corrupción estructural de segmentos de las clases dominantes mexicanas, que haciendo una apropiación privada de lo público, han violentado el Derecho por sistema. Someter al conocimiento de la sociedad de los grandes negocios hechos al amparo del poder, siguiendo una tradición colonial de manejar información oficial para beneficio propio. Así se han construido en nuestro país los grandes fraudes a la nación que ocuparía varias páginas exponerlos, pero para muestra sobran los "amigos de Fox" y el "Pemexgate".

Algunas perspectivas.

Las izquierdas latinoamericanas han defendido la democracia al abrir espacios para la participación permanente de la ciudadanía. Lo que hoy conocemos como democracia participativa es una experiencia que se inició en algunos medios laborales de Inglaterra y ha encontrado eco en gobiernos municipales de izquierda en América latina. El exitoso “presupuesto participativo” del gobierno petista de Porto Alegre, la experiencia de los gobiernos del Frente Amplio de Montevideo, con su descentralización democrática. Aquí en México, con los municipios autónomos zapatistas y las juntas de buen gobierno; nuestra experiencia concreta en la delegación de Tlalpan con el programa “hacia un presupuesto participativo” (que no parece tener posibilidades de continuidad), indican que las izquierdas, en materia de desarrollo democrático no deben seguir recetas, por el contrario, necesitan ser altamente creativas.

Las izquierdas deben estar en una permanente búsqueda de formas y espacios para la expresión política de las mayorías nacionales. Las propias izquierdas, sus partidos y grupos, necesitan organizarse democráticamente, es decir, organizarse desde abajo, para tener un contacto estrecho con la sociedad y convertirse en un canal más para el pronunciamiento ciudadano y sectorial. De esta forma, las izquierdas ganarían credibilidad y confianza ante la sociedad, contribuirían en la creación de una nueva cultura política. Y simultáneamente corregirían el grave error de hipertrofiar a las cúpulas dirigentes en detrimento de las organizaciones de base.

En el escenario de las luchas de transformación social se ha vivido cierto agotamiento de los esquemas revolucionarios que se acotaban a la toma del poder “por asalto”. Si algo nos han legado las distintas experiencias revolucionarias es que no basta con apoderarse de las instituciones estatales para generar transformaciones serias y profundas en la sociedad. Hemos vislumbrado que el poder no solo simplemente se trasmite o arrebata de unas manos a otras; tampoco es un lugar o una cualidad inmanente a la personalidad de algún líder. El poder es también una relación social que circula entre las distintas capas de la sociedad y no permanece siempre en un mismo polo. Este poder social circula en el imaginario de la sociedad, en la conciencia individual y colectiva de los ciudadanos, anida en la historia y en las contrahistorias. Por ello de nada sirve asaltar los aparatos políticos si dicho “asalto” no va acompañado de un trabajo continuo y permanente con la ciudadanía. El poder, más que estar anclado en las instituciones, permanece circulando en la cultura política, en el actuar cotidiano de hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos. Por ello, para transformar la sociedad, los partidos y organizaciones políticas deben asumir que más que dotadores de conciencia, son los vehículos para expresar el descontento, las críticas, las ilusiones y esperanzas que ya se encuentran merodeando la conciencia colectiva de un pueblo.

Las izquierdas institucionales que llegan al gobierno tienen en sus manos la responsabilidad de trascender los intereses egoístas inmediatos de detentar un cargo público, para exponer a la sociedad los efectos y consecuencias de políticas hemisféricas, globalizantes que por más que suenen lejanas amenazan constantemente nuestra integridad, el acceso a la satisfacción de las necesidades más elementales.
Los proyectos de intervención estadounidense, el Plan Colombia, el Plan Puebla Panamá, no sólo amenazan la soberanía de nuestros pueblos, sino condicionan las potencialidades de nuestro desarrollo a la dinámica de los intereses económicos, de las utilidades de unos cuantos empresarios. Por ello, es responsabilidad política de los gobiernos de izquierda trascender la mera gestión de necesidades para lograr ubicar en un contexto continental e incluso mundial la raíz de los problemas que cotidianamente enfrentamos. Mientras más participativa sea la sociedad, mientras más discuta, debata y se involucre en los asuntos públicos, tendrá mayores posibilidades de comprender lo que sucede más allá de nuestra realidad inmediata.

Para ello se requiere imaginar nuevos modelos de participación, que recojan autocríticamente el escepticismo, y los recelos que en muchas sociedades hoy provocan los partidos políticos de la izquierda institucional. En este contexto, las organizaciones y movimientos sociales, tanto sectoriales, como regionales, muestran una mayor y fundamental sensibilidad en relación con su debida autonomía respecto de los organismos partidarios y del Estado. Esta característica viene acompañada también de su vinculación igualmente flexible, horizontal y multidimensional, en torno de consensos en puntos programáticos substanciales y de amplio alcance.

Las demandas por la democracia, los derechos humanos y el combate a la pobreza, han formado parte de una agenda mínima para las convergencias, han flexibilizado el concepto tradicional de las alianzas y han constituido la argamasa para el surgimiento de nuevos movimientos sociales amplios, con estructuras de integración y solidaridad desde las bases, como nuevos laboratorios de experimentación de la lucha social. Esta realidad obliga a definir de nuevo la relación necesaria entre dirigentes y dirigidos y a reformar conceptos tradicionales como “vanguardia” o “intelectual orgánico”.

Una nota dominante en todos los procesos - sociales, económicos, ideológicos y políticos - es la de su flexibilidad y transitoriedad. En todos los terrenos de la práctica social, el de hoy es un tiempo de búsqueda, de diversificación, de experimentación. De este modo, una nueva estrategia de transformación social no puede derivarse solo ni principalmente de un marco ideológico determinado, sino inducirse fundamentalmente de las diversas prácticas de los pueblos y sectores populares que sostengan una perspectiva social transformadora y /o de resistencia; y de la apertura de nuevos espacios que hagan posible la incorporación de la mayoría de la población en la toma de decisiones.

La estrategia de transformación desde el campo popular viene desarrollando múltiples y diversos mecanismos de participación para ampliar su participación en la esfera pública, que pasan por la organización de base y el surgimiento de nuevas prácticas democráticas y alternativas; la articulación regional, temática y sectorial con crítica institucional y propuesta social; de incidencia concreta sobre procesos sociales, como el control del gobierno en espacios locales; y de lucha por la reforma y el control del Estado, hasta hace poco ausente en la agenda social.

En este panorama, cabe destacar la actuación del movimiento armado - o las organizaciones político militares -, específicamente del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, que ha aparecido en el panorama nacional haciendo política por medio de las armas. Aunque no es de prever que el medio fundamental del arribo al poder nacional en nuestro país sea el de la lucha armada, ni su matriz estratégica la política militar, dada la sofisticación de los ejércitos modernos y la correlación internacional de fuerzas, ha mostrado que una acción militar con base en el consenso y protección ciudadanos y articulada con el sujeto de cambio, puede orillar al Estado a poner nuevas condiciones de competencia democrática, abrir espacios para el desarrollo del movimiento popular y avanzar en el logro de las demandas ancestrales del pueblo de México.

En el actual contexto, la izquierda tiene como reto fundamental radicalizar la democracia en un proceso que implique romper las formas tradicionales de tutela por parte del Estado, que supone no sólo reconocer al ciudadano y a los pueblos y sectores sociales emergentes como portadores de derechos y obligaciones, sino fundamentalmente como actores centrales en la búsqueda de la ampliación de derechos en las definiciones políticas; así como construir un nuevo sentido de lo público y, por tanto, de las acciones de gobierno.

De este modo, una estrategia que mire transformar el actual modelo de desarrollo en un sentido democrático y de mayor justicia social deberá atender, en primer lugar, a la creación y el fortalecimiento de las múltiples expresiones orgánicas que el pueblo se da a si mismo, entendiendo este como el amplio conglomerado de clases y sectores sociales - organizados o no - afectados en su nivel de vida por el sistema capitalista, en particular por el modelo neoliberal, o de aquellos sectores cuyo interés no pueden ser satisfechos por el sistema en su conjunto, como las mujeres, migrantes, ambientalistas, entre otros.

Reitero, para las izquierdas mexicanas la democracia no debe agotarse en lo electoral, y hoy como ayer la responsabilidad de la defensa y desarrollo de todos los espacios democráticos recae sobre ellas. En México, está fresco aún en la memoria colectiva la insurgencia popular y de las izquierdas contra el fraude electoral de 1988, que resquebrajó al partido de estado e impulsó la democratización del país, creando paradójicamente las condiciones para el triunfo del PAN en julio del año 2000.

México lleva más 20 años sufriendo las políticas neoliberales. Los cuatro últimos gobiernos federales, incluido el actual, se han caracterizado por las privatizaciones, la liquidación de la industria nacional, la apertura indiscriminada al mercado mundial, inversión especulativa de capitales transnacionales, desmantelamiento de los programas de seguridad social, suspensión de los apoyos a la producción agropecuaria, deterioro de la educación y la salud públicas. La soberanía nacional ha estado permanentemente cuestionada y el país se inserta cada vez más dentro de la estrategia del gobierno de Estados Unidos.

Todo esto se ha traducido en el empobrecimiento generalizado, la ruina de la pequeña y mediana industrias y de los productores del campo, el estrechamiento del mercado interno. En definitiva, entramos a una crisis económica y social, y con indicios claros de crisis política. Las izquierdas tienen la obligación de ser la fuerza promotora e impulsora de un amplio movimiento social en torno a un programa alternativo de salvación nacional, que enarbole un frente patriótico representativo de aquellos sectores sociales y nacionales que no están dispuestos a dejarse llevar al despeñadero foxista. No se trata solamente de impedir que continúe la política neoliberal, rechazar la reforma eléctrica, defender el petróleo, frenar el Plan Puebla-Panamá, frustrar la reforma laboral, apoyar la enseñanza pública, y combatir el entreguismo de la política exterior, sino que es necesario difundir el programa alternativo y unirlo a la lucha por cada una de las demandas sectoriales.

Finalmente, el triunfo del pueblo, la izquierda y el Partido de los Trabajadores del Brasil, (con el reto formidable que este hecho representa para la izquierda), los avances de la revolución bolivariana en Venezuela, a pesar del hostigamiento del imperialismo y la oligarquía, el fortalecimiento de movimientos nuevos como el de los piqueteros en Argentina, el renacer de la izquierda chilena, los procesos de resistencia en Bolivia y Ecuador, con una fuerte presencia indígena, permite corroborar un hecho fundamental: la izquierda tiene vigencia y fuerza en América Latina y están dadas las condiciones para transformarse en una opción real de gobierno y de cambio para nuestros países. Existen posibilidades de que se convierta en la fuerza política impulsora de un proyecto alternativo, que revierta los efectos de la catástrofe neoliberal en la que estamos sumergidos en el continente y abra el camino para la construcción de una sociedad más justa, incluyente y democrática, para la conformación de la nación-pueblo.

lunes, 14 de febrero de 2011

'La guerra del México de arriba', texto del Sub Marcos a Luis Villoro

LA GUERRA DEL MÉXICO DE ARRIBA.
“Yo daría la bienvenida casi a cualquier guerra
porque creo que este país necesita una”.
Theodore Roosevelt.
Y ahora nuestra realidad nacional es invadida por la guerra. Una guerra que no sólo ya no es lejana para quienes acostumbraban verla en geografías o calendarios distantes, sino que empieza a gobernar las decisiones e indecisiones de quienes pensaron que los conflictos bélicos estaban sólo en noticieros y películas de lugares tan lejanos como… Irak, Afganistán,… Chiapas.
Y en todo México, gracias al patrocinio de Felipe Calderón Hinojosa, no tenemos que recurrir a la geografía del Medio Oriente para reflexionar críticamente sobre la guerra. Ya no es necesario remontar el calendario hasta Vietnam, Playa Girón, siempre Palestina.
Y no menciono a Chiapas y la guerra contra las comunidades indígenas zapatistas, porque ya se sabe que no están de moda, (para eso el gobierno del estado de Chiapas se ha gastado bastante dinero en conseguir que los medios no lo pongan en el horizonte de la guerra, sino de los “avances” en la producción de biodiesel, el “buen” trato a los migrantes, los “éxitos” agrícolas y otros cuentos engañabobos vendidos a consejos de redacción que firman como propios los boletines gubernamentales pobres en redacción y argumentos).
La irrupción de la guerra en la vida cotidiana del México actual no viene de una insurrección, ni de movimientos independentistas o revolucionarios que se disputen su reedición en el calendario 100 o 200 años después. Viene, como todas las guerras de conquista, desde arriba, desde el Poder.
Y esta guerra tiene en Felipe Calderón Hinojosa su iniciador y promotor institucional (y ahora vergonzante).
Quien se posesionó de la titularidad del ejecutivo federal por la vía del facto, no se contentó con el respaldo mediático y tuvo que recurrir a algo más para distraer la atención y evadir el masivo cuestionamiento a su legitimidad: la guerra.
Cuando Felipe Calderón Hinojosa hizo suya la proclama de Theodore Roosevelt (algunos adjudican la sentencia a Henry Cabot Lodge) de “este país necesita una guerra”, recibió la desconfianza medrosa de los empresarios mexicanos, la entusiasta aprobación de los altos mandos militares y el aplauso nutrido de quien realmente manda: el capital extranjero.
La crítica de esta catástrofe nacional llamada “guerra contra el crimen organizado” debiera completarse con un análisis profundo de sus alentadores económicos. No sólo me refiero al antiguo axioma de que en épocas de crisis y de guerra aumenta el consumo suntuario. Tampoco sólo a los sobresueldos que reciben los militares (en Chiapas, los altos mandos militares recibían, o reciben, un salario extra del 130% por estar en “zona de guerra”). También habría que buscar en las patentes, proveedores y créditos internacionales que no están en la llamada “Iniciativa Mérida”.
Si la guerra de Felipe Calderón Hinojosa (aunque se ha tratado, en vano, de endosársela a todos los mexicanos) es un negocio (que lo es), falta responder a las preguntas de para quién o quiénes es negocio, y qué cifra monetaria alcanza.
Algunas estimaciones económicas.
No es poco lo que está en juego:
(nota: las cantidades detalladas no son exactas debido a que no hay claridad en los datos gubernamentales oficiales. por lo que en algunos casos se recurrió a lo publicado en el Diario Oficial de la Federación y se completó con datos de las dependencias e información periodística seria).
En los primeros 4 años de la “guerra contra el crimen organizado” (2007-2010), las principales entidades gubernamentales encargadas (Secretaría de la Defensa Nacional –es decir: ejército y fuerza aérea-, Secretaría de Marina, Procuraduría General de la República y Secretaría de Seguridad Pública) recibieron del Presupuesto de Egresos de la Federación una cantidad superior a los 366 mil millones de pesos (unos 30 mil millones de dólares al tipo de cambio actual). Las 4 dependencias gubernamentales federales recibieron: en 2007 más de 71 mil millones de pesos; en 2008 más de 80 mil millones; en 2009 más de 113 mil millones y en 2010 fueron más de 102 mil millones de pesos. A esto habrá que sumar los más de 121 mil millones de pesos (unos 10 mil millones de dólares) que recibirán en este año del 2011.
Tan sólo la Secretaría de Seguridad Pública pasó de recibir unos 13 mil millones de pesos de presupuesto en el 2007, a manejar uno de más de 35 mil millones de pesos en el 2011 (tal vez es porque las producciones cinematográficas son más costosas).
De acuerdo al Tercer Informe de Gobierno de septiembre del 2009, al mes de junio de ese año, las fuerzas armadas federales contaban con 254, 705 elementos (202, 355 del Ejército y Fuerza Aérea y 52, 350 de la Armada.
En 2009 el presupuesto para la Defensa Nacional fue de 43 mil 623 millones 321 mil 860 pesos, a los que sumaron 8 mil 762 millones 315 mil 960 pesos (el 25.14% más), en total: más de 52 mil millones de pesos para el Ejército y Fuerza Aérea. La Secretaría de Marina: más de 16 mil millones de pesos: Seguridad Pública: casi 33 mil millones de pesos; y Procuraduría General de la República: más de 12 mil millones de pesos.
Total de presupuesto para la “guerra contra el crimen organizado” en 2009: más de 113 mil millones de pesos
En el año del 2010, un soldado federal raso ganaba unos 46, 380 pesos anuales; un general divisionario recibía 1 millón 603 mil 80 pesos al año, y el Secretario de la Defensa Nacional percibía ingresos anuales por 1 millón 859 mil 712 pesos.
Si las matemáticas no me fallan, con el presupuesto bélico total del 2009 (113 mil millones de pesos para las 4 dependencias) se hubieran podido pagar los salarios anuales de 2 millones y medio de soldados rasos; o de 70 mil 500 generales de división; o de 60 mil 700 titulares de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Pero, por supuesto, no todo lo que se presupuesta va a sueldos y prestaciones. Se necesitan armas, equipos, balas… porque las que se tienen ya no sirven o son obsoletas.
“Si el Ejército mexicano entrara en combate con sus poco más de 150 mil armas y sus 331.3 millones de cartuchos contra algún enemigo interno o externo, su poder de fuego sólo alcanzaría en promedio para 12 días de combate continuo, señalan estimaciones del Estado Mayor de la Defensa Nacional (Emaden) elaboradas por cada una de las armas al Ejército y Fuerza Aérea. Según las previsiones, el fuego de artillería de obuseros (cañones) de 105 milímetros alcanzaría, por ejemplo, para combatir sólo por 5.5 días disparando de manera continua las 15 granadas para dicha arma. Las unidades blindadas, según el análisis, tienen 2 mil 662 granadas 75 milímetros.
De entrar en combate, las tropas blindadas gastarían todos sus cartuchos en nueve días. En cuanto a la Fuerza Aérea, se señala que existen poco más de 1.7 millones de cartuchos calibre 7.62 mm que son empleados por los aviones PC-7 y PC-9, y por los helicópteros Bell 212 y MD-530. En una conflagración, esos 1.7 millones de cartuchos se agotarían en cinco días de fuego aéreo, según los cálculos de la Sedena. La dependencia advierte que los 594 equipos de visión nocturna y los 3 mil 95 GPS usados por las Fuerza Especiales para combatir a los cárteles de la droga, “ya cumplieron su tiempo de servicio”.
Las carencias y el desgaste en las filas del Ejército y Fuerza Aérea son patentes y alcanzan niveles inimaginados en prácticamente todas las áreas operativas de la institución. El análisis de la Defensa Nacional señala que los goggles de visión nocturna y los GPS tienen entre cinco y 13 años de antigüedad, y “ya cumplieron su tiempo de servicio”. Lo mismo ocurre con los “150 mil 392 cascos antifragmento” que usan las tropas. El 70% cumplió su vida útil en 2008, y los 41 mil 160 chalecos antibala lo harán en 2009. (…).
En este panorama, la Fuerza Aérea resulta el sector más golpeado por el atraso y dependencia tecnológicos hacia el extranjero, en especial de Estados Unidos e Israel. Según la Sedena, los depósitos de armas de la Fuerza Aérea tienen 753 bombas de 250 a mil libras cada una. Los aviones F-5 y PC-7 Pilatus usan esas armas. Las 753 existentes alcanzan para combatir aire-tierra por un día. Las 87 mil 740 granadas calibre 20 milímetros para jets F-5 alcanzan para combatir a enemigos externos o internos por seis días. Finalmente, la Sedena revela que los misiles aire-aire para los aviones F-5, es de sólo 45 piezas, lo cual representan únicamente un día de fuego aéreo.” Jorge Alejandro Medellín en “El Universal”, México, 02 de enero de 2009.
Esto se conoce en 2009, 2 años después del inicio de la llamada “guerra” del gobierno federal. Dejemos de lado la pregunta obvia de cómo fue posible que el jefe supremo de las fuerzas armadas, Felipe Calderón Hinojosa, se lanzara a una guerra (“de largo aliento” dice él) sin tener las condiciones materiales mínimas para mantenerla, ya no digamos para “ganarla”. Entonces preguntémonos: ¿Qué industrias bélicas se van a beneficiar con las compras de armamento, equipos y parque?
Si el principal promotor de esta guerra es el imperio de las barras y las turbias estrellas (haciendo cuentas, en realidad las únicas felicitaciones que ha recibido Felipe Calderón Hinojosa han venido del gobierno norteamericano), no hay que perder de vista que al norte del Río Bravo no se otorgan ayudas, sino que se hacen inversiones, es decir, negocios.
Victorias y derrotas.*
¿Ganan los Estados Unidos con esta guerra “local”? La respuesta es: sí. Dejando de lado las ganancias económicas y la inversión monetaria en armas, parque y equipos (no olvidemos que USA es el principal proveedor de todo esto a los dos bandos contendientes: autoridades y “delincuentes” -la “guerra contra la delincuencia organizada” es un negocio redondo para la industria militar norteamericana-), está, como resultado de esta guerra, una destrucción / despoblamiento y reconstrucción / reordenamiento geopolítico que los favorece.
Esta guerra (que está perdida para el gobierno desde que se concibió, no como una solución a un problema de inseguridad, sino a un problema de legitimidad cuestionada), está destruyendo el último reducto que le queda a una Nación: el tejido social.
¿Qué mejor guerra para los Estados Unidos que una que le otorgue ganancias, territorio y control político y militar sin las incómodas “body bags” y los lisiados de guerra que le llegaron, antes, de Vietnam y ahora de Irak y Afganistán?
Las revelaciones de Wikileaks sobre las opiniones en el alto mando norteamericano acerca de las “deficiencias” del aparato represivo mexicano (su ineficacia y su contubernio con la delincuencia), no son nuevas. No sólo en el común de la gente, sino en altas esferas del gobierno y del Poder en México esto es una certeza. La broma de que es una guerra dispareja porque el crimen organizado sí está organizado y el gobierno mexicano está desorganizado, es una lúgubre verdad.
El 11 de diciembre del 2006, se inició formalmente esta guerra con el entonces llamado “Operativo Conjunto Michoacán”. 7 mil elementos del ejército, la marina y las policías federales lanzaron una ofensiva (conocida popularmente como “el michoacanazo”) que, pasada la euforia mediática de esos días, resultó ser un fracaso. El mando militar fue el general Manuel García Ruiz y el responsable del operativo fue Gerardo Garay Cadena de la Secretaría de Seguridad Pública. Hoy, y desde diciembre del 2008, Gerardo Garay Cadena está preso en el penal de máxima seguridad de Tepic, Nayarit, acusado de coludirse con “el Chapo” Guzmán Loera.
Y, a cada paso que se da en esta guerra, para el gobierno federal es más difícil explicar dónde está el enemigo a vencer.
Jorge Alejandro Medellín es un periodista que colabora con varios medios informativos -la revista “Contralínea”, el semanario “Acentoveintiuno”, y el portal de noticias “Eje Central”, entre otros -y se ha especializado en los temas de militarismo, fuerzas armadas, seguridad nacional y narcotráfico. En octubre del 2010 recibió amenazas de muerte por un artículo donde señaló posibles ligas del narcotráfico con el general Felipe de Jesús Espitia, ex comandante de la V Zona Militar y ex jefe de la Sección Séptima -Operaciones Contra el Narcotráfico- en el gobierno de Vicente Fox, y responsable del Museo del Enervante ubicado en las oficinas de la S-7. El general Espitia fue removido como comandante de la V Zona Militar ante el estrepitoso fracaso de los operativos ordenados por él en Ciudad Juárez y por la pobre respuesta que dio a las masacres cometidas en la ciudad fronteriza.
Pero el fracaso de la guerra federal contra la “delincuencia organizada”, la joya de la corona del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, no es un destino a lamentar para el Poder en USA: es la meta a conseguir.
Por más que se esfuercen los medios masivos de comunicación en presentar como rotundas victorias de la legalidad, las escaramuzas que todos los días se dan en el territorio nacional, no logran convencer.
Y no sólo porque los medios masivos de comunicación han sido rebasados por las formas de intercambio de información de gran parte de la población (no sólo, pero también las redes sociales y la telefonía celular), también, y sobre todo, porque el tono de la propaganda gubernamental ha pasado del intento de engaño al intento de burla (desde el “aunque no lo parezca vamos ganando” hasta lo de “una minoría ridícula”, pasando por las bravatas de cantina del funcionario en turno).
Sobre esta otra derrota de la prensa, escrita y de radio y televisión, volveré en otra misiva. Por ahora, y respecto al tema que ahora nos ocupa, basta recordar que el “no pasa nada en Tamaulipas” que era pregonado por las noticias (marcadamente de radio y televisión), fue derrotado por los videos tomados por ciudadanos con celulares y cámaras portátiles y compartidos por internet.
Pero volvamos a la guerra que, según Felipe Calderón Hinojosa, nunca dijo que es una guerra. ¿No lo dijo, no lo es?
“Veamos si es guerra o no es guerra: el 5 de diciembre de 2006, Felipe Calderón dijo: “Trabajamos para ganar la guerra a la delincuencia…”. El 20 de diciembre de 2007, durante un desayuno con personal naval, el señor Calderón utilizó hasta en cuatro ocasiones en un sólo discurso, el término guerra. Dijo: “La sociedad reconoce de manera especial el importante papel de nuestros marinos en la guerra que mi Gobierno encabeza contra la inseguridad…”, “La lealtad y la eficacia de las Fuerzas Armadas, son una de las más poderosas armas en la guerra que libramos contra ella…”, “Al iniciar esta guerra frontal contra la delincuencia señalé que esta sería una lucha de largo aliento”, “…así son, precisamente, las guerras…”.
Pero aún hay más: el 12 de septiembre de 2008, durante la Ceremonia de Clausura y Apertura de Cursos del Sistema Educativo Militar, el autollamado “Presidente del empleo”, se dio vuelo pronunciando hasta en media docena de ocasiones, el término guerra contra el crimen: “Hoy nuestro país libra una guerra muy distinta a la que afrontaron los insurgentes en el 1810, una guerra distinta a la que afrontaron los cadetes del Colegio Militar hace 161 años…” “…todos los mexicanos de nuestra generación tenemos el deber de declarar la guerra a los enemigos de México… Por eso, en esta guerra contra la delincuencia…” “Es imprescindible que todos los que nos sumamos a ese frente común pasemos de la palabra a los hechos y que declaremos, verdaderamente, la guerra a los enemigos de México…” “Estoy convencido que esta guerra la vamos a ganar…” (Alberto Vieyra Gómez. Agencia Mexicana de Noticias, 27 de enero del 2011).
Al contradecirse, aprovechando el calendario, Felipe Calderón Hinojosa no se enmienda la plana ni se corrige conceptualmente. No, lo que ocurre es que las guerras se ganan o se pierden (en este caso, se pierden) y el gobierno federal no quiere reconocer que el punto principal de su gestión ha fracasado militar y políticamente.
¿Guerra sin fin? La diferencia entre la realidad… y los videojuegos.
Frente al fracaso innegable de su política guerrerista, ¿Felipe Calderón Hinojosa va a cambiar de estrategia?
La respuesta es NO. Y no sólo porque la guerra de arriba es un negocio y, como cualquier negocio, se mantiene mientras siga produciendo ganancias.
Felipe Calderón Hinojosa, el comandante en jefe de las fuerzas armadas; el ferviente admirador de José María Aznar; el autodenominado “hijo desobediente”; el amigo de Antonio Solá; el “ganador” de la presidencia por medio punto porcentual de la votación emitida gracias a la alquimia de Elba Esther Gordillo; el de los desplantes autoritarios más bien cercanos al berrinche (“o bajan o mando por ustedes”); el que quiere tapar con más sangre la de los niños asesinados en la Guardería ABC, en Hermosillo, Sonora; el que ha acompañado su guerra militar con una guerra contra el trabajo digno y el salario justo; el del calculado autismo frente a los asesinatos de Marisela Escobedo y Susana Chávez Castillo; el que reparte etiquetas mortuorias de “miembros del crimen organizado” a los niños y niñas, hombres y mujeres que fueron y son asesinados porque sí, porque les tocó estar en el calendario y la geografía equivocados, y no alcanzan siquiera el ser nombrados porque nadie les lleva la cuenta ni en la prensa, ni en las redes sociales.
Él, Felipe Calderón Hinojosa, es también un fan de los videojuegos de estrategia militar.
Felipe Calderón Hinojosa es el “gamer” “que en cuatro años convirtió un país en una versión mundana de The Age of Empire -su videojuego preferido-, (…) un amante -y mal estratega- de la guerra” (Diego Osorno en “Milenio Diario”, 3 de octubre del 2010).
Es él que nos lleva a preguntar: ¿está México siendo gobernado al estilo de un videojuego? (creo que yo sí puedo hacer este tipo de preguntas comprometedoras sin riesgo a que me despidan por faltar a un “código de ética” que se rige por la publicidad pagada).
Felipe Calderón Hinojosa no se detendrá. Y no sólo porque las fuerzas armadas no se lo permitirían (los negocios son negocios), también por la obstinación que ha caracterizado la vida política del “comandante en jefe” de las fuerzas armadas mexicanas.
Hagamos un poco de memoria: En marzo del 2001, cuando Felipe Calderón Hinojosa era el coordinador parlamentario de los diputados federales de Acción Nacional, se dio aquel lamentable espectáculo del Partido Acción Nacional cuando se negó a que una delegación indígena conjunta del Congreso Nacional Indígena y del EZLN hicieran uso de la tribuna del Congreso de la Unión en ocasión de la llamada “marcha del color de la tierra”.
A pesar de que se estaba mostrando al PAN como una organización política racista e intolerante (y lo es) por negar a los indígenas el derecho a ser escuchados, Felipe Calderón Hinojosa se mantuvo en su negativa. Todo le decía que era un error asumir esa posición, pero el entonces coordinador de los diputados panistas no cedió (y terminó escondido, junto con Diego Fernández de Cevallos y otros ilustres panistas, en uno de los salones privados de la cámara, viendo por televisión a los indígenas hacer uso de la palabra en un espacio que la clase política reserva para sus sainetes).
“Sin importar los costos políticos”, habría dicho entonces Felipe Calderón Hinojosa.
Ahora dice lo mismo, aunque hoy no se trata de los costos políticos que asuma un partido político, sino de los costos humanos que paga el país entero por esa tozudez.
Estando ya por terminar esta misiva, encontré las declaraciones de la secretaria de seguridad interior de Estados Unidos, Janet Napolitano, especulando sobre las posibles alianzas entre Al Qaeda y los cárteles mexicanos de la droga. Un día antes, el subsecretario del Ejército de Estados Unidos, Joseph Westphal, declaró que en México hay una forma de insurgencia encabezada por los cárteles de la droga que potencialmente podrían tomar el gobierno, lo cual implicaría una respuesta militar estadunidense. Agregó que no deseaba ver una situación en donde soldados estadunidenses fueran enviados a combatir una insurgencia “sobre nuestra frontera… o tener que enviarlos a cruzar esa frontera hacia México.
Mientras tanto, Felipe Calderón Hinojosa, asistía a un simulacro de rescate en un pueblo de utilería, en Chihuahua, y se subió a un avión de combate F-5, se sentó en el asiento del piloto y bromeó con un “disparen misiles”.
¿De los videojuegos de estrategia a los “simuladores de combate aéreo” y “disparos en primera persona”? ¿Del Age of Empires al HAWX?
El HAWX es un videojuego de combate aéreo donde, en un futuro cercano, las empresas militares privadas (“Private military company”) han reemplazado a los ejércitos gubernamentales en varios países. La primera misión del videojuego consiste en bombardear Ciudad Juárez, Chihuahua, México, porque las “fuerzas rebeldes” se han apoderado de la plaza y amenazan con avanzar a territorio norteamericano-.
No en el videojuego, sino en Irak, una de las empresas militares privadas contratadas por el Departamento de Estado norteamericano y la Agencia Central de Inteligencia fue “Blackwater USA”, que después cambió su nombre a “Blackwater Worldwide”. Su personal cometió serios abusos en Irak, incluyendo el asesinato de civiles. Ahora cambió su nombre a “Xe Services LL” y es el más grande contratista de seguridad privada del Departamento de Estado norteamericano. Al menos el 90% de sus ganancias provienen de contratos con el gobierno de Estados Unidos.
El mismo día en el que Felipe Calderón Hinojosa bromeaba en el avión de combate (10 de febrero de 2011), y en el estado de Chihuahua, una niña de 8 años murió al ser alcanzada por una bala en un tiroteo entre personas armadas y miembros del ejército.
¿Cuándo va a terminar esa guerra?
¿Cuándo aparecerá en la pantalla del gobierno federal el “game over” del fin del juego, seguido de los créditos de los productores y patrocinadores de la guerra?
¿Cuándo va poder decir Felipe Calderón “ganamos la guerra, hemos impuesto nuestra voluntad al enemigo, le hemos destruido su capacidad material y moral de combate, hemos (re) conquistado los territorios que estaban en su poder”?
Desde que fue concebida, esa guerra no tiene final y también está perdida.
No habrá un vencedor mexicano en estas tierras (a diferencia del gobierno, el Poder extranjero sí tiene un plan para reconstruir – reordenar el territorio), y el derrotado será el último rincón del agónico Estado Nacional en México: las relaciones sociales que, dando identidad común, son la base de una Nación.
Aún antes del supuesto final, el tejido social estará roto por completo.
Resultados: la Guerra arriba y la muerte abajo.
Veamos que informa el Secretario de Gobernación federal sobre la “no guerra” de Felipe Calderón Hinojosa:
“El 2010 fue el año más violento del sexenio al acumularse 15 mil 273 homicidios vinculados al crimen organizado, 58% más que los 9 mil 614 registrados durante el 2009, de acuerdo con la estadística difundida este miércoles por el Gobierno Federal. De diciembre de 2006 al final de 2010 se contabilizaron 34 mil 612 crímenes, de las cuales 30 mil 913 son casos señalados como “ejecuciones”; tres mil 153 son denominados como “enfrentamientos” y 544 están en el apartado “homicidios-agresiones”. Alejandro Poiré, secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional, presentó una base de datos oficial elaborada por expertos que mostrará a partir de ahora “información desagregada mensual, a nivel estatal y municipal” sobre la violencia en todo el país.” (Periódico “Vanguardia”, Coahuila, México, 13 de enero del 2011)
Preguntemos: De esos 34 mil 612 asesinados, ¿cuántos eran delincuentes? Y los más de mil niños y niñas asesinados (que el Secretario de Gobernación “olvidó” desglosar en su cuenta), ¿también eran “sicarios” del crimen organizado? Cuando en el gobierno federal se proclama que “vamos ganando”, ¿a qué cartel de la droga se refieren? ¿Cuántas decenas de miles más forman parte de esa “ridícula minoría” que es el enemigo a vencer?
Mientras allá arriba tratan inútilmente de desdramatizar en estadísticas los crímenes que su guerra ha provocado, es preciso señalar que también se está destruyendo el tejido social en casi todo el territorio nacional.
La identidad colectiva de la Nación está siendo destruida y está siendo suplantada por otra.
Porque “una identidad colectiva no es más que una imagen que un pueblo se forja de sí mismo para reconocerse como perteneciente a ese pueblo. Identidad colectiva es aquellos rasgos en que un individuo se reconoce como perteneciente a una comunidad. Y la comunidad acepta este individuo como parte de ella. Esta imagen que el pueblo se forja no es necesariamente la perduración de una imagen tradicional heredada, sino que generalmente se la forja el individuo en tanto pertenece a una cultura, para hacer consistente su pasado y su vida actual con los proyectos que tiene para esa comunidad.
Entonces, la identidad no es un simple legado que se hereda, sino que es una imagen que se construye, que cada pueblo se crea, y por lo tanto es variable y cambiante según las circunstancias históricas”. (Luis Villoro, noviembre de 1999, entrevista con Bertold Bernreuter, Aachen, Alemania).
En la identidad colectiva de buena parte del territorio nacional no está, como se nos quiere hacer creer, la disputa entre el lábaro patrio y el narco-corrido (si no se apoya al gobierno entonces se apoya a la delincuencia, y viceversa).
No.
Lo que hay es una imposición, por la fuerza de las armas, del miedo como imagen colectiva, de la incertidumbre y la vulnerabilidad como espejos en los que esos colectivos se reflejan.
¿Qué relaciones sociales se pueden mantener o tejer si el miedo es la imagen dominante con la cual se puede identificar un grupo social, si el sentido de comunidad se rompe al grito de “sálvese quien pueda”?
De esta guerra no sólo van a resultar miles de muertos… y jugosas ganancias económicas.
También, y sobre todo, va a resultar una nación destruida, despoblada, rota irremediablemente.
(…)
Vale, Don Luis. Salud y que la reflexión crítica anime nuevos pasos.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
 
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Enero-Febrero del 2011

SOBRE LAS GUERRAS. Segunda parte de la carta primera del SupMarcos a Don Luis Villoro, en el inicio de un intercambio epistolar sobre Ética y Política.

Enero-Febrero del 2011. Parte 2 de las 4 que conforman la carta primera, misma que aparecerá completa en el próximo número de la Revista Rebeldía.

martes, 1 de febrero de 2011

¿Por qué el socialismo?

Este artículo de Albert Einstein es en verdad bueno y vale la pena leerlo.

A. Einstein


¿Por qué socialismo?



Primera Edición: En Monthly Review, Nueva York, mayo de 1949.
Digitalización y Fuente: Unión de Juventudes Socialistas de Puerto Rico.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2000.



¿Debe quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que si.
Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil por que la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana --como es bien sabido-- ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó "la fase depredadora" del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y --si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos-- son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.
Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: "¿porqué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?"
Estoy seguro que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?
Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes, y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por si mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad".
Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -- exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral ha hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.
El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.
Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos -- que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos -- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.
Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.
La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo -- no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción --es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional-- puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.
En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré "trabajadores" a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción -- aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directamente o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.
La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de "contrato de trabajo libre" para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo "puro". La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un "ejército de parados". El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.
Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

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miércoles, 8 de diciembre de 2010

Manifiesto del partido comunista

Marx
Manifiesto del Partido Comunista

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Opresores y oprimidos se enfrentaron siempre.
Burguesía: La clase de los capitalistas modernos, propietarios de los medios de producción social, que emplean trabajo asalariado.
Proletarios: Clase de los trabajadores asalariados modernos que, privados de los medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para podes existir.
La lucha entre las clases siempre terminó con la transformación revolucionaria de toda la sociedad. La época de la burguesía se caracteriza por haber simplificado las relaciones de clase en dos grandes clases: la burguesía y el proletariado.
El origen de la burguesía se da con la descomposición de la sociedad feudal al no poder satisfacer la demanda de los nuevos mercados (descubrimiento de América, India, China, colonización). El vapor y la maquinaria revolucionaron en la producción industrial y a la manufactura. Cada etapa de la evolución burguesa se ve acompañada por el éxito político.
El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.
¡La burguesía ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad humana un simple valor de cambio! ¡Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio!
La burguesía sólo puede existir a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de reproducción, por tanto, las relaciones de producción y, con ello, todas las relaciones sociales.
La burguesía necesita recorre el mundo entero para dar salida a sus mercancías. El carácter de la producción es cosmopolita. Se necesita materia prima de lugares cada vez más alejados. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan cada vez más difciles.
La burguesía se forja un mundo a su imagen y semejanza al obligar a todas las naciones a adoptar el modo burgués de producción. Ha sometido al campo al dominio de la ciudad. Al aglomerar a la población en las grandes urbes y centralizado los modos de producción en unas pocas manos, ha centralizado la política.
El modo de producción feudal fue sustituido por una constitución social y política adecuada a la libre concurrencia, con la dominación económica y política de la clase burguesa. [Cuánta verdad, carajo] Desde hace unas décadas la historia de la industria y el comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción.
El sistema burgués se ve amenazado por las crisis comerciales periódicas. La crisis de la superproducción. La burguesía necesita deshacerse de ese exceso de producción, así que prepara a) la destrucción de una masa de fuerzas productivas y b) conquista de nuevos mercados. ¿De qué modo? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios para prevenirlas.
“La burguesía no ha forjado solamente las armas que debe darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios”. Los proletarios se desarrollan al mismo ritmo que la burguesía, ellos no tienen más que ofrecer que su trabajo. Este último sólo es requerido cuando produce acumulación de capital. Los obreros son mercancía, susceptibles a cualquier relación de mercado. El precio del trabajo es igual al coste de producción. Cuanto más fastidioso el trabajo, más bajos son los salarios, el obrero es sólo un apéndice de la máquina.
Los obreros son esclavos del burgués, de la máquina y del capataz. Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo, más mujeres y niños ofrecen su mano de obra: no hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según edad y sexo.
La burguesía, en constante lucha contra otra burguesías, arrastra al proletariado a sus luchas políticas y le da las armas de su propia destrucción: la educación. De toda las clases, la verdaderamente revolucionaria es el proletariado.
El movimiento proletario es el movimiento independiente de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría.

2. Proletarios y Comunistas

En este capítulo don Marx se pregunta: ¿Qué relación existe entre los comunistas y los proletarios?

Los comunistas son el sector más decidido de los partidos de obreros, que no distinguen nacionalidad, defiende al proletario en su forma más general. En teoría, comprenden las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario antes que la restante masa del proletariado.
Su objetivo: constituir al proletariado en clase, derrocar el dominio burgués y conquistar el poder político por el proletariado. Las tesis de los comunistas no descansan en principios abstractos, sino en la historia. El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. Pero la propiedad privada actual es la última y más acabada expresión de la explotación de unos por otros: los comunistas buscan la abolición de la propiedad privada.
El capital es un producto social, por tanto, ponerlo en manos de una clase: la burgesa, sólo provoca la explotación del trabajo asalariado. Si se socializa la propiedad del capital, se termina la explotación porque pierde su carácter de clase.
En la sociedad burguesa, el salario sólo sirve para la reproducción de la clase trabajadora. En la sociedad comunista, el trabajo sirve para enriquecer la vida de los trabajadores. En la sociedad burguesa, el capital es independiete y personal (privado), mientras que los individuos carecen de independencia y el trabajo es impersonal. Por eso, si se acusa a los comunistas de abolir la libertad y la personalidad, efectivamente, eso se intenta. Pero de la libertad y la personalidad como la entienden los burgueses, es decir, abolir el sistema en el que sólo hay libertad y personalidad para esa clase.
En la sociedad burguesa, la propiedad privada sólo existe para un décimo de la población, para los demás, los trabajadores, la propiedad privada está abolida. Los que tabajan no ganan y los que ganan no trabajan. Efectivamente, los comunistas quieren suprimir ese estado de cosas.
La educación también debe suprimirse, porque está determinada por la clase burguesa, entonces sólo se preocupa por reproducir las condiciones. La familia también se debe suprimir, cambiar la educación familias por la social.
Con esto se elimina la explotación de los padres sobre los hijos y las condiciones de clase entre familias burguesas y proletarias. En último caso, ¿para qué sirve la familia? Sólo existe porque facilita la reproducción del capital, al constituir familias es más fácil la explotación de las partes.
¿Crear la sociedad de las mujeres? Para que negarlo, si siempre ha existido. En la sociedad burguesa la mujer sólo es un instrumento de explotación, donde los capitalistas tienen a su disposición sus mujeres y las de los proletarios si lo quieren. Mejor terminar con esa hipocresía oculta y sustituirla por una comunidad de mujeres oficial.
Abolir las nacionalidades. Los obreros no tienen patria. Los estados modernos representativos son producto de la burguesía y están al servicio de ella. Mientras la revolución obrera continúe, poco a poco se irán suprimiendo las naciones y con ello, la explotación, primero, de unos individuos por otros, y luego, de unas naciones por otras. La acción común del proletariado es una de las primeras condiciones de la emancipación.
Para lograr sus objetivos, el primer paso es la revolución obrera es elevarse como clase dominante y conquistar la democracia. Luego, quitarle todo el capital al burgués para concentrarlo en el estado, esto es, en el proletariado organizado como clase dominante, y para multiplicar las fuerzas productivas. Esto sólo puede ser posible por la vía despótica en el inicio, paro con el tiempo se transformará el modo de producción.
Cada país lo logrará en la medida de sus posibilidades, los más avanzados podrán aplicar las siguientes medidas casi sin excepción:
1. Expropiación de la propiedad de la tierra y el trabajo.
2.Impuestos fuertemente progresivos.
3. Abolición del derecho de herencia.
4. Confiscación de la propiedad de emigrantes y sediciosos.
5. Centralización del crédito, monopolio del capital y de la banca exclusivo del estado.
6. Centralización de los transportes poniéndolos en manos del estado.
7. Multiplicación de las fábricas nacionales, de los instrumentos de producción, [...] conforma a planes comunitarios.
8. Igual obligación de trabajar para todos, organización de ejércitos industriales, especialmente para la agricultura.
9. Unión de la explotación agraria y la industrial, medidas para superar las diferencias entre campo y ciudad.
10. Educación pública y gratuita de todos los niños. Eliminación del trabajo infantil en las fábricas. Unión de la educación con la producción material.

Una vez que se haga la revolución obrera y se yerga como clase dominante se terminara el poder político, porque ¿qué es el poder político sino la aglutinación del poder en una clase para dominar a otra? Con el poder difuminado en toda la clase obrera, se terminara el poder político y con ello, la explotación del hombre por el hombre.

Literatura socialista y comunista
Según Marx, existen tres tipos de falsos socialismos: el reaccionario, el conservador o burgués y el comunismo crítico o utópico. El primero a su vez se divide en socialismo feudal, socialismo pequeño-burgués y socialismo alemán o verdadero.

El socialismo feudal es el cristianismo. De este han echado mano los aristócratas para oponerse a la clase burguesa. Así parece que están del lado de los obreros paro en realidad quieren regresar a un estado de cosas anterior.
El socialismo pequeño-burgués está conformado por los campesinos que les iba bien en la época feudal. En la sociedad burguesa se iniciaron como pequeños capitalistas, pero al avanzar los monopolios y los grandes burgueses han ido perdiendo sus propiedad y se convierten en capataces o empleados del gran capital. Entonces también se alzan contra los burgueses y parencen estar de lado de los obreros, paro estos también prefieren un estado de cosas anterior y no la revolución.

El socialismo alemán o verdadero es una copia castrada del socialismo francés. Se hicieron populares por reciclar las tesis frnacesas y sintetizarlas con la filosofía alemana. Así, atacan al liberalismo, la concurrencia y la burguesía. Sin embargo, olvidaron la verdadera escencia del socialismo y configuraron su ideología como única, dónde el socialista es el alemán y la nación es la alemana.

El socialismo conservador o burgués en realidad son burgueses disfrazados. Su idea es que todos deberían ser burgueses. Quieren el capitalismo pero sin los obreros. Aborrecen la revolución, como si no supiera que la única verdadera forma de cambiar las condiciones materiales del trabajo es por esa vía. Entonces lo único que hacen es modificar su discurso y defiender que lo que hace la buerguesía es en interés de los proletariados; es decir, son filósofos burgueses... en interés de la clase obrera.
El comunismo crítico o utópico fue revolucionario cuando apareció por primera vez. Sin embargo, este nunca distinguió el desarrollo antagónico de las clases. Para Saint-Simon, Fourier u Owen no existía una lucha de clases, sino que una relación de debilidad de una parte de la sociedad. Entonces, normalmente describieron a la sociedad como un todo y no como una lucha. Por ello, no defendían el cambio social por medio de la revolución. Su teoría es indirectamente proporcional al desarrollo del movimiento obrero: confome pasa el tiempo su teoría explica menos y la revolución se hace más inminente. Los discípulos de estas teorías sólo son reaccionarios o conservadores, porque se niegan a ver lo ya evidente y se reusan a cualquier acción política.

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. ¡Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas! ¡Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar!